Mi primera maratón de montaña: 42km Maratón Sustentable en Santa Cruz

Debutar con un triunfo en un lugar remoto y salvaje de la Argentina, una experiencia en la que puse contra el viento todas mis manías de la infancia

Soy medio enfermito: tendría unos 11 años cuando practicaba artes marciales, una clase me puse a hacer abdominales, un amigo me tenía los pies, yo me contraía tipo bolita, al rato se aburrió y vino otro, yo seguía, después vino otro, hice 350.
Creo que era más chico aún, quizás 8, en una cena familiar en el gimnasio de mi tía, había una máquina escaladora, te contaba cuantos escalones subías, la probé y vi como cambiaba el número en el display, mientras mis viejos le entraban a los sanguchitos hice 250.
Tengo algo medio compulsivo con la repetición, con insistir, con descubrir en qué momento me canso, es como una lucha para ver qué tan porfiado soy.
Por eso, cuanto estaba a pocas horas de largar mi primera maratón de montaña, veía por la ventana cómo el viento patagónico sopla con ráfagas de 50 km/h y sonreía.
Es lo mejor que me podía pasar en la carrera, ese desafío, que sople horas y horas, que me diga al oído: «vas lento», «ahora soplo más fuerte», «no vas a poder», «te voy a ganar».
Más tarde o más temprano, todos tenemos en nuestra vida, días de mucho viento en contra.

 

¡Qué viaje!

 

Qué viaje que es la vida, qué viaje correr mi primera maratón de montaña, una maratón de emociones, del viento más intenso que sentí en mi vida, de viento que casi, casi, me hace caminar, pero hoy yo soplé un poquito más y logré el objetivo: estar más tiempo que nunca en mi vida corriendo sin parar, fueron 3h35m20s y de paso gané los 42 km de Maratón Sustentable con récord de circuito. Pero para eso tuve que realizar un viaje largo con muchas estaciones.
El circuito era una vuelta de 21k subiendo a dos cerros distintos, uno a cada lado del pueblo de Tres Lagos. Esa primera mitad la hice junto a Nacho Padua que ganó la media maratón y nos fuimos sacando chispas porque nos venían pisando los talones. Al final ese primer viaje llegó a buen puerto, Nacho ganó su distancia y yo giré en u y volví sobre mis pasos, faltaba un viaje más largo aún.
Y literalmente así fue, la primera media 1h37, la segunda 1h58. Y si quieren números, para que entiendan de qué viento hablo cuando hablo de viento patagónico. Hice kilómetros en 3m36 y otros en 8m13, sí ocho minutos trece segundos para hacer un kilómetro y les aseguro que corrí cada metro y que me esforcé más que cuando iba a tres el mil.
En el viaje de vuelta me crucé con todos los corredores de 21 y 42, esa energía fue muy buena, pero se acabó en el km 28 cuando crucé al último y quedé solo con el viento. Bueno, solo no.
Durante toda la carrera, al ir primero tuve el privilegio de tener gaucho guía. Digo gaucho porque Juan Birreto me acompañó a caballo esas más de tres horas, por lo que en realidad el viaje fue, Juan, el viento, el caballo y yo. Al menos eso por fuera.
Por dentro viajé por mil lados, mil recuerdos, mis vivos y mis muertos, a través de tres décadas de vida hubo muchos viajes. Hoy sumé uno que no olvidaré, y volveré a recordar, en otros viajes, como el viento te hace sentir vivo.

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