Cambiar la medallita, 8K Olimpíadas de La Cuenca del Salado

Estuve esperando todo el año con la medallita colgada de mi velador. Cada vez que apagaba la luz antes de dormirme la veía. Si me dormía con la luz prendida leyendo, como suele suceder, al otro día al buscar el interruptor me encontraba con la medallita. Era chiquita, unos 4 cm, con una cintita de argentina. Pero me llevó 24 meses y dos duras derrotas ganarla. Esa medallita simil plata la conseguí recién el año pasado al salir segundo en los 3.000 metros de las Olimpiadas de la Cuenca del Salado. Tuve que perder el podio por pocos segundos, dos años seguidos, antes de colgarla sobre mi pecho; por eso la quería tanto, por eso custodiaba mis sueños. Ayer la pude descolgar del velador.
Todo empezó hace un mes. Se venía otra edición de las Olimpíadas Cuenca del Salado, el evento multitudinario que año a año convoca a Lobos, mi ciudad, a más de veinte municipios con miles y miles de deportistas en decenas de disciplinas. Acá en los pagos la llamamos simplemente: la Cuenca. Y en la Cuenca, yo tengo como opciones los 3.000 metros en pista que mencioné o los 10km de calle. Siempre opté por los primeros, pero este año, hace un mes, luego de una sincera charla con mi entrenador Ezequiel Morales, reconocimos que no estábamos tan rápidos como resistentes y optamos por los 10k. Sería mi primera vez en la calle corriendo la Cuenca. Muchos ojos de vecinos, amigos, compañeros de entrenamientos, más la presión interna, más los otros atletas que también corren y quieren ganar. Tanto por delante y todavía ni habíamos largado.
Pero la carrera que ni me animé a soñar, me permitió cambiar la medallita.
Fue un domingo por la tarde pesado, pos lluvia de verano, con la humedad bañando la piel, y el presentimiento de que era un buen resultado cerca del puesto quinto. Así largué mi debut en los 10k y vi como una decena, quizás dos decenas de corredores me pasaban por el costado, se me iban para adelante y yo para atrás.
Fue correrla de atrás todo el primer kilómetro, cola de una largo pelotón, tratando de quedar último pero no descolgado.
Para el segundo kilómetro ya los que habían salido inflamados por los aplausos se les fue apagando el fuego. Yo me pude acomodar sexto, aunque muy cómodo no iba.
Fue al tercer parcial que pensé “todos estos lo están siguiendo a Luis Molina que salió a pasear porque no tiene quien lo corra… no creo que muchos se la banquen cuando cambie de ritmo… más vale cuido lo pongo que tengo y los espero acá nomás”.
En el cuarto kilómetro me di cuenta que no estaba tan errado: conecté a Agustin Contreras, que iba quinto y vi que juntos le descontábamos al primero. Quizás porque no iba tan exigido, quizás porque los otros se empezaban a caer, sentí que todo podía mejorar.
Fue en el quinto kilómetro cuando paso a Claudio Cirone que iba cuarto, y veo que el tercero estaba lejos, lejos pero no imposible, que cada cuadra que dejábamos atrás se acercaba un poco. Para esto completábamos la primera vuelta de las dos de la carrera y pasábamos por debajo del arco, con todo el público agolpado en lo que sería la llegada dentro de 5 km. Ahí, justo ahí, el que venía tercero explota y abandona. ¿Se podrán imaginar alegría mayor? De golpe y porrazo me metía en el podio, peleaba por una medalla, lo imposible parecía posible.
La segunda vuelta fue una lucha interna y en solitario por aferrarme a ese puesto, aún viendo que Alexis Pensa que iba segundo corriendo a las espaldas de Molina se hacía inalcanzable para mí. Pero intentando que el cuarto también me mire de lejos. Descontando cada cuadra, cada esquina por la que alguna vez pasé entrenando, llegué al último kilómetro. Justo coincidía con una calle que transito todas las semanas al trote. Esta vez no me llevaba al parque a entrenar, sino camino al podio. El sol se ponía al final del asfalto, la medalla estaba cerca, me sentía con las piernas seguras, ¿qué más podía pedir para ser feliz?
Así llegué a ese arco final, rodeado de cientos de lobenses, bañado por el sudor y los aplausos, festejé ese tercer puesto como pocas veces festejé una carrera.
Así fue que me subí a un podio que no me había animado a soñar.
Así anoche, ya en casa, sin fotos ni videos, fui hasta el velador y saqué la medallita simil plata que decía 2018. Le puse una simil bronce que dice 2019, y que me va a acompañar, cada noche, cada mañana, un año más.

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